Caminaba por la banqueta, entre un montón de gente, y un señor que lavaba la entrada de su negocio a cubetazos hizo que bajara a la calle para no mojarme. De repente me di cuenta de que por la calle no venían autos y que podía hacerme más hacia el centro: no necesitaba subir otra vez a la banqueta. Así anduve por el medio de la calle como un barco que anda por el río y ve gente en las dos orillas. No me sentía solo y al mismo tiempo disfrutaba mi propio espacio. Entonces empecé a cuestionarme si lo que tenía eran unas ganas locas de navegar o de abandonar la ciudad para vivir en un pueblo.
Centro Histórico, México DF, abril 2009
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