Cuando por fin encontré las monedas para hacer la llamada, ya no sabía ni por qué necesitaba hablar por teléfono. No sólo eso: tampoco recordaba a quién quería hablarle (pero estoy seguro de que no era ni a Mara, ni a Lucianita, ni a Vicky, ni a Nahir).
Av. Corrientes y Libertad, Buenos Aires, junio 2010
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