Una amiga me llamó por teléfono. Me dijo que quería venir a dejarme unos muñequitos que yo había comprado en la calle, durante nuestra salida de la noche anterior, y ella se había llevado accidentalmente. No me acordaba de los muñequitos, y se me hizo raro: ¿yo comprando cosas en la calle? ¿y encima muñequitos? Pero ella vino hasta mi casa y me los entregó. Eran definitivamente horribles. Acto seguido, me maravillé del estado de felicidad que yo tenía que haber alcanzado para comprar eso.
Mexico DF, abril 2011
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