De un lado está muerto el durazno.
Ramas quebradizas,
más que miembros descalcificados,
sostienen las hojas: naves caferrizadas
que se desmoronan en cenizas
como sueños no vividos.
Los que no conocen mi durazno,
dicen que ningún organismo
puede estar vivo y muerto a la vez.
Nosotros que vivimos lo sabemos mejor.
El duraznero de mi jardín, “En alas de la gracia”, Premalata Matesanz, 2006