Una amiga de la post-adolescencia bailaba todos los ritmos fiesteros (tropicales, peninsulares, o no).
Algunos de nuestro grupo la miraban con cara de cuestionarle sus gustos musicales.
Ella sonreía y con una culpa placentera declaraba: “me encanta la música trucha”.
Laura Martínez Viademonte, Buenos Aires, 1995
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