Cuando el dueño del bar me dijo que meara contra la pared, me pareció una
broma de mal gusto (aunque me reí por cumplido). Luego entré al baño y había un cartel ¡con la
misma indicación! “Pues habrá que
proceder”, pensé. Ya que me desocupé y
di la vuelta para retirarme, mientras me subía la bragueta, descubrí que en un
rincón había un sensor de movimiento que accionaba un maravilloso manto de agua
sobre el muro. La experiencia (que parecía
de pulquería decadente en un principio) se transformó en un viaje espiritual.
Coín, Málaga, España, junio 2013
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