En una
conferencia, el artista contemporáneo minimalista llevaba 15 minutos hablando
de una instalación que había realizado en Milán. La chica que traducía a lenguaje de señas
todo lo que él decía, estaba un poco nerviosa por la velocidad con la que él
describía conceptos, en su mayoría abstractos, y trataba de mantenerse al ritmo
para traducir todo. En ciertos momentos se advertía en ella cierto placer al
describir con señas algo que sonaba maravilloso pero que ella no podía ver
porque estaba de espaldas a la pantalla donde se proyectaba la instalación
sobre la que el artista hablaba.
En un
momento, él hizo una pausa porque alguien hizo una pregunta. Ella aprovechó a
girar y mirar hacia la proyección, para ver cómo se veía aquello que él
describía con tanta grandilocuencia. No
pudo ver más que una sala vacía con unas ventanas tapadas con una suerte de
papel de colores. No hizo falta ninguna
seña para explicar la cara de desilusión y enojo que puso: en ella podía
entenderse: “¿me tuviste gesticulando compulsivamente por 15 minutos para
describir esa mierda?”.
Siena,
Italia, febrero 2014
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