2014-12-18


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Entro al bazar a comprar unos platos.  Encuentro unos grandes, amarillos, preciosos. 29 $ c/u.  Llamo a un joven para corroborar el precio, porque me parecen muy baratos.  El joven lo confirma.

Agarro 12 platos y me formo en la línea de cajas.  Mientras espero mi turno, me adelanto hasta la Caja y le pregunto a una empleada que está allí mismo, atendiendo algún asunto: “Disculpe señorita ¿cuál es el precio de estos platos?”  “29 $”, me dice ella.

Ya confiado, espero en fila.  Mi turno llega.  La señorita me hace la factura, le pago, y cuando ya tengo mis platos en mi poder, e incluso el ticket, aparece una tercera que dice que el precio correcto de los platos es 49 $ c/u.  Yo me quejo: no puede ser que haya preguntado dos veces, que me hayan cobrado, y ahora, habiendo llegado a este punto, resulta que el precio está mal.  La señorita se disculpa y dice que me va a tener que cobrar la diferencia.  Yo le digo que entiendo (al fin y al cabo, siempre me pareció que estaban muy baratos para ser cierto) pero que, en virtud de todo lo que yo hice para corroborar el precio, y el inconveniente que me están causando (aparte de que tengo que pagar más, debo esperar a que re-facturen) podrían tener el detalle de hacerme un descuento. 

“No podemos señor”, me dice ella, “nosotros respetamos los precios”.

Anforama, Centro Histórico, México DF, noviembre 2014

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