La empleada
de la boletería del museo tiene unas uñas esculpidas gigantes. Tan grandes que no atina a separar un boleto
del talonario para recortarlo y entregármelo.
Frente a su torpeza autoimpuesta, decido halagarla: “¡qué maravilla!
¡qué uñas!”- le digo. Ella se ruboriza y
contenta responde: “¡gracias! Aunque la verdad es que no puedo hacer nada. Pero ahí la llevo” – sentencia. Yo le sonrío cordial y por dentro pienso
“pensar que te estoy pagando tu sueldo: no sólo para que no hagas tu chamba
sino para que encima lo gastes en esas uñas horribles!”
Museo
Nacional de Arte, Centro Histórico, México DF, enero 2015
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