Me imagino
que, cuando el pintor o su jefe hizo el presupuesto para pintar el frente del
edificio, habrá pensado cuántas veces tendría que subir y bajar, y cuál era su
ángulo de acción sentado en el columpio.
Una vez realizado dicho cálculo, tiene que haber pensado que, en cada
piso, debería inclinarse tanto hacia la derecha como a la izquierda, y que en
cada inclinación estaría jugándose el susto de su vida, sin hablar del 47% de
probabilidades de volcar la cubeta de pintura amarilla sobre los transeúntes
por cada susto no consumado en tragedia.
Claramente
es uno de los proyectos que, independientemente de quien lo haya comisionado y
quién lo esté ejecutando, lo mejor es llegar el último día y ver ‘qué tal quedó’
para no estar fumando el suspenso del trapecismo sin red.
Tlatelolco,
México DF, enero 2015
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