Si bien es
imposible no admirar la belleza interminable de las Cataratas del Iguazú,
personalmente me cuesta mucho concentrarme y ser positivo, pues todo el tiempo
estoy comparando esta experiencia actual con la que tuve en mi viaje de hace 31años.
Luego de un
gran esfuerzo, cercano a la meditación, asomado sobre el barandal y mirando hacia
la turbulencia, consigo perderme en el vapor indomable sin fin. El agua cae
quien sabe hasta dónde, cae hasta desaparecer, para regresar resucitada, hecha
brillos que mojan lentamente, brillos que parecen venir del centro de la
tierra, a contar un secreto que sólo yo puedo entender porque estoy ahí, casi
flotando.
La voz de
un viejo me interrumpe desde atrás.
- Deben ser
10 metros – dice.
- Qué – le
cuestiono.
- La
altura.
Este viejo
está loco. Todo el mundo sabe que es
mucho más. Según Wikipedia son como 80 metros. No quiero ponerme a discutir. He
decidido salir de mi estado negativo y estoy en plan contemplativo,
disfrutable.
-
Quién
sabe – respondo -. No se puede ver el fondo.
-
Sí,
ahí se ve – dice el viejo, y señala por un intersticio que fugazmente se abre
entre el vapor.
No quiero mirar. El viejo insiste en devolverme
a mi estado natural. ¿Quién me lo manda?
Garganta del Diablo, Cataratas del Iguazú, Provincia de Misiones, Argentina, marzo 2015
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