2015-05-26


Si bien es imposible no admirar la belleza interminable de las Cataratas del Iguazú, personalmente me cuesta mucho concentrarme y ser positivo, pues todo el tiempo estoy comparando esta experiencia actual con la que tuve en mi viaje de hace 31años.   

Luego de un gran esfuerzo, cercano a la meditación, asomado sobre el barandal y mirando hacia la turbulencia, consigo perderme en el vapor indomable sin fin. El agua cae quien sabe hasta dónde, cae hasta desaparecer, para regresar resucitada, hecha brillos que mojan lentamente, brillos que parecen venir del centro de la tierra, a contar un secreto que sólo yo puedo entender porque estoy ahí, casi flotando.

La voz de un viejo me interrumpe desde atrás.

- Deben ser 10 metros – dice.

- Qué – le cuestiono.

- La altura.

Este viejo está loco.  Todo el mundo sabe que es mucho más. Según Wikipedia son como 80 metros. No quiero ponerme a discutir. He decidido salir de mi estado negativo y estoy en plan contemplativo, disfrutable.

-          Quién sabe – respondo -. No se puede ver el fondo.

-          Sí, ahí se ve – dice el viejo, y señala por un intersticio que fugazmente se abre entre el vapor.

No quiero mirar. El viejo insiste en devolverme a mi estado natural. ¿Quién me lo manda?

Garganta del Diablo, Cataratas del Iguazú, Provincia de Misiones, Argentina, marzo 2015

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