Difícil
decisión la del curador el exhibir una obra como ésta en un espacio de alta
circulación como la Bienal de Venecia.
Seguramente
el artista no incluía un cartel de ‘no tocar’.
Sobre todo porque el cartel se vuelve más visible que los elementos de
la instalación en sí.
Hasta donde
mi educación llega, los exhibidores de postales son para ver las postales (eso
incluye girarlos, tomar una o varias de ellas, y dejarlas donde están si no
pensamos comprarlas).
Evidentemente,
el miedo de los organizadores no es que se lleven las postales: si así fuera,
hubieran puesto ‘no llevar / don’t take away’.
Hubiera sido igualmente distractor, pero hubiera dejado al exhibidor
cumplir su cometido.
El miedo es
que las desarreglen o las ensucien. Un
miedo ridículo, sobre todo porque hay empleados de sobra que pueden volver a
acomodarlas o reemplazar las manoseadas y, como todas son iguales, barajándolas
un poco se disimulan.
No sé qué
intentaba decir el artista con esta obra, pero seguro no era nada de todo esto.
En el arte
contemporáneo, las instalaciones de interacción sugerida no se llevan con la
museografía del menor esfuerzo.
Pabellón
Español, Bienal de Arte de Venecia, 2015
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