Los
muchachitos dan vueltas a la plaza, subidos a una pick-up que traen cargada con
una cubeta llena de bombitas de agua. Mi
amiga y yo estamos tomando un café en la esquina. Uno de los muchachitos se para y nos arroja
una bombita. Nos tapamos como podemos para recibir el impacto. Pero nada pasa. Le grito algo, para llamarlo al orden: que se
meta con otros de su edad, o con las chicas, como se hacía en mi época. El muchachito, sobre la camioneta que se
aleja, me señala un globito que se desliza flotando sobre la vereda, inflado
con aire. Eso era lo que había esgrimido contra nosotros. Me sobreviene una ternura: el niño hizo el
gesto para molestarnos, pero con el respeto suficiente para saber que somos
adultos y no debería mojarnos. Quizá a
él también le sobrevino una ternura: pobre viejo que se viste como joven y
encima de que le hago el chiste de tirarle una bombita con aire, está tan corto
de vista que se lo tengo que estar explicando.
Victoria,
Provincia de Entre Ríos, Argentina, enero 2016
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