En el año 1983 aparecieron unas chanclas “Dufour” color verde agua. Moría por tener esas chanclas. No eran baratas, y mis padres no nos compraban ropa de marca (porque tampoco la pedíamos); en esa época aún no llegaba el furor de las imitaciones chinas a Sudamérica, con lo cual eran ésas y no había otra opción. Podría decir que casi me quitaban el sueño. No veía la hora de ir a la playa para poder poner mis pies en esa suavidad pastel-acuática.
Cuando conseguí persuadir a mis padres de lo feliz que me harían, y que entre todos ahorráramos el dinero para comprar mis dichosas chanclas, al llegar a la tienda no conseguí el color que deseaba. En mi talla, había de todos los colores, excepto verde agua. Mi hermana se compró unas color rosa, y con ellas era feliz. Yo tuve que resignarme a las ‘amarillo patito’, que eran mi segunda opción.
33 años después, me encuentro en una tienda que tiene unas chanclas (de otra marca) del color idéntico a las que no pude comprarme en aquel entonces. Se me sale el corazón de la emoción. Se me caen las cosas de las manos tratando de agarrar mis chanclas antes de que alguien se las lleve. Pero busco y rebusco y el número más grande que encuentro es 41 (yo calzo 43). “Quizá me sirven”, pienso para mí, “las chanclas pueden ser un poquito más pequeñas que el calzado cerrado”. Pero hago la prueba y me quedan chicas. Desesperado busco al asistente de tienda, sólo para que me confirme que, en ese color, 41 es el número más grande que tiene.
Me retiro arrastrando los pies, desesperanzado, mi bloqueo emocional ha de ser color verde agua.
Alcampo Plazamar, Alicante, España, junio 2016
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