La tipa que estaba al lado mío en el avión se sentó sin saludar. Agarró una gomita, se lió el pelo, se puso crema (en la cara, las manos y los brazos hasta los codos), se perfumó, se persignó y se puso a leer un libro intitulado “Rezar el rosario todos los días” hasta el momento en que despegamos.
México DF-Miami, 27 de octubre de 2008
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