Era mi segunda clase de yoga después de un buen tiempo de inactividad. Al principio, el profesor nos hizo presentarnos a todos por nuestro nombre.
Más tarde, en un momento en que los ejercicios se pusieron intensos, y al momento que el maestro nos indicó incorporarnos, mi compañera, a quien era la primera vez que veía en mi vida, hizo un ruido raro que yo sentí como un eructo.
Inmediatamente me volteé a verla y ella, en una especie de éxtasis motivado por el ejercicio intenso y la relajación inmediata, me dijo con una inmensa sonrisa: “¡esto es increíble, Iván!”
Yo me quedé mirándola con una gran duda respecto a qué era lo que más me shockeaba de su persona:
- haberse echado ese eructo sin ningún tipo de remordimiento o
- la velocidad que tenía para hacer amigos.
México DF, 4 de marzo de 2009
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