En mi reciente viaje a Montevideo, Uruguay, durante 3 días, tuve una serie de experiencias inéditas para mí, en las cuales veía cómo varias personas hacían una tarea que, en la contemporaneidad de los países occidentales, son realizadas por una sola o en su defecto por una máquina.
Caso de estudio #1: el cajero automático
En la calle pregunto por un cajero automático. Me señalan un local. Yo quiero un cajero, nada más, pero me dicen que allí es lo mismo. “Red Pagos / Red Brou”, dice el cartel. Entro. Hay un cajero. Hago la extracción. Me da un papel pero no me da dinero. Me da un ataque de pánico. Miro a mi alrededor, buscando ayuda. Me explican que, con el ticket que me dio el cajero, debo ir a una ventanilla para que una persona me dé el dinero que el cajero automático ya me descontó. Me formo en la ventanilla. Llega mi turno, entrego el ticket. Me dan un ticket distinto. “¿Y el dinero?”, pregunto. “Su cuenta está en moneda extranjera”, me dice el cajero-persona. “Este ticket que yo le doy es para que se lo cambien a pesos uruguayos… en esa ventanilla”. Me formo por tercera vez. Espero. Me atienden. Al fin me voy con mi dinero.
Caso de estudio #2: el celular
Quiero un celular montevideano (un chip, en realidad, teléfono ya tengo). Entro a una tienda de “Claro”. La chica me dice “acá vendemos el aparato, no el chip”. Me manda a un kiosco de revistas y periódicos. Ahí me venden el chip. “Quiero cargarle crédito”, le digo. “Aquí no”, me responde. Y me manda a un kiosco de golosinas. En el kiosco de golosinas le pregunto a la señora: “¿cuánto tiempo puedo hablar con 200 pesos?”. “Depende cuánto hables”, dice ella.
Caso de estudio #3: el restaurant vegetariano
En el restaurant vegetariano hay 2 modalidades: buffet (“tenedor libre”) y comida por kilo. Elijo comida por kilo. En esa modalidad, debo formarme para que me den un plato de papel. Lo consigo. Voy a la barra, me sirvo, y me formo otra vez para que lo pesen. “Pague allá”, me dice el empleado luego de pesarlo, señalándome la Caja, y me da un ticket que dice 82 pesos. “¿Y la bebida?”, pregunto. “Pídala en Caja”. Me formo en la Caja. Antes de pagar, digo “quiero una coca light”. Llama a una empleada. La empleada me da la coca. Me cobran. Regreso con el ticket de pago al lugar donde pesaron mi plato. Entrego el ticket. Este empleado llama a una mesera. Ella toma el plato y, cargándolo en sus manos, me escolta hasta mi mesa (supongo que para evitar que intente servirme algo más en el camino).
Caso de estudio #4: el baño para clientes
Estoy tomando una cerveza en un bar, sentado en una mesa en la vereda, en Parque Rodó. Me dan ganas de ir al baño. Entro al local. Me indican que el baño está “saliendo, a la izquierda, a unos 30 metros”. Llego a una puerta que, a simple vista, no tiene ninguna relación con el bar. Hay un cartel que dice “Baño para uso exclusivo clientes”. Hay un timbre. Toco el timbre. Me atiende una voz que pregunta “¿Número de mesa?”. ¡Yo no sé cuál es mi mesa! Vuelvo a mi mesa buscando al mozo, que no lo veo por ningún lado, ¡me muero de las ganas de mear! Entonces advierto que la mesa tiene escrito, con Liquid Paper, en una orilla, el número 62. Regreso al baño y, ahora con la palabra secreta, suena una chicharra y empujo la puerta para entrar.
Caso de estudio #5: el colectivo
En la ciudad de Buenos Aires es un dolor de cabeza utilizar los autobuses urbanos. Si uno no tiene monedas, no puede pagar el pasaje. Ante la sospecha de que en Montevideo la situación sea similar, pregunto a un señor en la calle. “¿El colectivo se puede pagar con billetes? ¿O necesariamente tengo que subir con monedas?”. Él me dice que puedo pagar con billetes. Qué bueno, pienso para mis adentros, ¡por lo menos aquí llegó la tecnología! El colectivo llega, subo, y advierto que no hay máquina: hay un señor que maneja y otro que cobra.
Caso de estudio #6: el taxi
En varias oportunidades intenté parar un taxi en la calle. No te hacen caso. Un día uno paró y me dijo que hablara al 141, que ahí te mandan un taxi adonde estés. La situación me violentó: ¿por qué tengo que tener un celular, o ir a un teléfono público, para tomar un taxi que por su naturaleza ES TAXI, NO REMIS, y debe andar por la calle recogiendo pasajeros? Con mucho trabajo, uno decidió llevarnos.
Al día siguiente nos paramos en una esquina sobre Av. 18 de Julio. Otra vez la misma situación: los pocos taxis que pasan vacíos, no nos hacen caso. Entonces aparece un señor con un palo envuelto en una franela roja, con un look muy parecido al de un viejo que se para en la esquina de nuestro hotel. Nos pregunta si queremos que nos consiga un taxi. “Por favor”, le digo. No pasa ni siquiera medio minuto: un taxi pasa, él extiende su brazo y el palo con la franela roja como extensión de éste, y el taxi se detiene. Conclusión: para tomar un taxi se necesita alguien que te lo pida por teléfono o alguien que te lo pare.
Caso de estudio #7: la feria hippie
Vamos a una feria hippie. Hay artesanías varias y bijouterie. Mi mamá compra una cadenita con un hermoso dije para mi hermana. Quiere pagar. Nos mandan a la “Caja”. ¿Desde cuándo un hippie implementa el principio administrativo de la separación de funciones?`
Montevideo, febrero 2010