Mientras viajo en el metro, sube al vagón un muchacho que vende unas pelotas blandas horribles, de distintos colores. La pelota es informe, tiene ojos, una suerte de pelo y quizá orejas. Él la aplasta entre sus manos, le entierra los dedos, la estira mientras la promociona. Luego la revienta contra el techo y la pelota se pega como un moco. Lentamente, empieza a despegarse hasta que cae por su propio peso. Él la recoge y la azota contra una ventana. La pelota se aplasta contra el vidrio y chorrea como un vómito, hasta que cae al piso y recupera una suerte de unidad. Él intenta venderla diciendo: “no importa cuánto la aviente, o cuánto la estire: siempre vuelve a su estado normal”.
Yo pienso: “esa cosa nunca tuvo un estado ‘normal’… a lo sumo podrá volver a su estado ‘original’”.
Metro Línea Café, Mexico DF, diciembre 2010
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