Estamos como anfitriones de una cena, en la casa de una amiga que nos hospeda en Istanbul. Nuestra amiga tiene una casa muy bonita (y dinero, al igual que sus invitados, que son los nuestros). A mí me toca hacer de “barman”. Así que monto todo (copas, hieleras, shakers, alcoholes) y me visto ad-hoc para hacer la situación más divertida.
Las visitas empiezan a llegar. Me voy acercando a ellos (conozco al 50%) y les ofrezco de beber. Todos me saludan y ordenan. Me acerco a una señora rubia, muy alta, muy fina. Sé que se llama Silvana, la saludo, pero ella me mira con cara de “quién le dio confianza a este tipo” y simplemente me ordena su agua (aclara que no bebe).
Avanzada la noche, abandono el bar, el cual queda libre para que cada uno se sirva lo que quiera. Ella advierte el grado de familiaridad con el que platico con el resto de los invitados, y se da cuenta que no era solamente “el mesero”.
Tiene un problema: su vaso se ha quedado sin agua y ella no es del tipo de señora que se va a ir hasta el bar a servirse. Necesita que alguien le sirva. No se siente cómoda con molestar a otro invitado, y tampoco me quiere pedir a mí porque sabe cómo me miró antes. Entonces hace un comentario extraño: “¿sabés qué? No encuentro mi vaso con agua”.
Yo la miro y le sonrío: “¿Sabes qué? No tengo ni idea dónde pusiste tu vaso”.
Istanbul, marzo 2011
1 comentario:
exelente!!!esas situaciones me llenan de alegria
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