En el vuelo
Washington-Roma pierden mi maleta.
Es viernes.
El operador
es Alitalia, y yo sé que están todos sindicalizados.
Sé que no
tengo esperanzas de recuperarla hoy.
Sin
embargo, el joven que toma mi reclamo me dice que “llega hoy, más tarde, y se
la envían a Siena” (adonde debo ir en bus desde Roma).
En el
proceso de esperar, transcurre el viernes, sábado, domingo y lunes.
Llamo
varias veces para preguntar dónde está.
Primero me
dicen que ‘ya llegó a Roma’, luego que ‘en el aeropuerto de Siena’ (yo sé que
en Siena no hay aeropuerto, entonces le cuestiono a la operadora pero ¡ella
insiste! OK, quizá tiene información que
yo no tengo). Más tarde me dicen que
está en Florencia. Al día siguiente
dicen que está en Roma. Y en la tarde me dicen que la última información que me
dieron es incorrecta. “La última
¿cuál? ¿La última de que estaba en
Siena?” “En Siena no hay aeropuerto”, me
corrige la señorita. “Eso yo ya lo sabía, pero parece que…” “En Siena no hay
aeropuerto, señor”, me interrumpe. “OK,
ya lo entendí. ¿Entonces cuál es la
información que está mal?”. “Señor,
llame mañana”. No puedo llamar mañana,
vengo reciclando calzones, no tengo productos para el aseo personal, tengo
actividades sociales y la gente lleva 4 días viéndome con la misma ropa.
Parezco un mendigo. “¿Me quiere decir que mi maleta está perdida?”, la
increpo. Me cuelga el teléfono. Tiene
razón: yo ya sabía que estaba perdida, si no, ¿por qué mierda estoy llamando a
este número? Pobre chica, tener que
luchar con estos mendigos que hacen preguntas capciosas.
Siena,
Italia, febrero 2014
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