Viajar varios días en el mismo barco con una multitud
de desconocidos conlleva a percibir el sonido (y a veces el olor) de
flatulencias ajenas en reiteradas oportunidades.
Desde una señora que se sienta frente a un ventilador
y se tira pedos durante las actividades grupales de decoupage – me
miran como si fuera el culpable, ¡quién podría imaginarse que una señora se
está tirando pedos con ese olor!- hasta un señor que se tira pedos mientras
está acostado en el camastro detrás de mí –me doy vuelta para que se entere de
que lo estoy escuchando, pero el finge un sueño profundo y aprovecha para
vaciar el intestino gaseoso-.
Finalmente acepté la dinámica del pedo una mañana en
que un señor, a mis espaldas, se pedorreaba en el buffet. Él y su esposa llegaron juntos a
desayunar. “Vamos a servirnos” – dijo
ella -. “Andá vos,” – dijo él – “yo me quedo a apartar la mesa”. No bien ella se fue, él se echó lo que
seguramente era el primer pedo de la mañana (glorioso).
La dinámica es así: las señoras no quieren confesar
que se tiran pedos (por eso se los tiran frente a los ventiladores) y no dejan
que sus maridos se los tiren tampoco (por eso este señor que se despierta junto
a su señora, en un camarote de 2 x 2 mts, tiene que aguantar en el dormitorio,
en el pasillo, en el elevador, hasta que llega al buffet con la tripa hecha un
nudo y aprovecha la distancia de ella para hacer lo que el cuerpo le pide desde
el amanecer).
Altamar, diciembre 2015
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