Foto: Máximo González, Montalvo, Saratoga CA, julio
2016
Le cuento que, recientemente, me he cruzado con mucha gente
que siente la inminencia de que, en cualquier momento, se puede morir. Eso les da una perspectiva de disfrute
constante (o de angustia, quizá) que no saben cómo manejar y que decanta en un
sinnúmero de actividades con o sin sentido.
Él tiene un ejemplo claro: el caso de su amiga, la
señora Olga, que regaló su querido perrito porque sintió que su propia muerte
estaba muy próxima, y no quería que el perrito la viera morir o que se
encontrara solo en la casa cuando ella cayera sin vida. Lo que hizo fue regalarlo, pero pasaron 3
días y vio que no se moría, entonces fue corriendo a recuperarlo y la mujer que
lo había adoptado no quiso devolvérselo.
En el proceso de golpear a su puerta, gritar reclamando su propiedad, y
llorar llamando a su perro, casi muere de un ataque al corazón.
Buenos Aires, 2016
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