Tenía 35 minutos sentado junto a la ventana del bar, contemplando todo lo que sucedía alrededor de mí. Mientras contemplaba, analizaba y sin poder evitarlo, juzgaba. El ejercicio fue tan intenso (incluía procesamiento de imágenes, voces, olores, sonidos que me traían recuerdos de tiempos lejanos) que me sentí abrumado ante la imposibilidad de distinguir lo bueno de lo malo y, entre todo lo que me rodeaba, me largué a llorar.
Calle Reconquista, Buenos Aires, mayo 2009
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