A ella no le molestó que esas dos tipas halagaran sin cesar a su marido.
Tampoco le molestó que estuvieran gordas, cuadradas, y mal peinadas.
No le perturbó el hecho de que en algún momento le dieran a él un besito en los labios, o que accidentalmente deslizaran una mano entre los botones de su camisa.
Abnegada esposa, pudo aguantar que, a pesar de todo lo anterior, él quisiera llevarlas conduciendo hasta el cuarto de hotel que ellas compartían.
Lo que no pudo soportar fue que, cuando las vio alejarse del auto, trastabillando atontadas, él exclamara con tono romántico: "Ahí van las musas".
Entonces ella empezó a darle madrazos, con el pie y con la mano, con el puño abierto y con el puño cerrado.
“¿Cuáles ‘musas’, hijo de tu chingada madre? ¡Si son dos pinches borrachas de Lagunilla!”
Baja California, agosto 2012