Eran un joven y una señora. Estaban en el metro. Hablaban indígena.
- Juana vichi yana vichi - decía ella.
Qué interesante, pensé.
- Juana vichi yana vichi - repitió.
Siempre, en un idioma desconocido, parece que la gente dice algo interesante.
Ellos tenían ropa típica, colores vivos, indumentaria cómoda. ¿De qué pueblo perdido vendrían?
El joven se deja convencer por la señora. Abre su morral y saca una Coca-Cola de 600 ml, empezada, y se la muestra.
Ella insiste:
- ¡Tojuana vivi vichi!
Hasta que él saca otra botella igual, con un poco más de líquido. Ella sonríe y se la arrebata de las manos.
Los dos beben; cada uno de la suya.