
Ella estaba en el aeropuerto, en el Starbucks igual que yo, esperando la llegada de alguien. Ya tenía 50 minutos esperando.
Su galán llegó. Emocionada, le dio un paquete grande que traía envuelto con moño y todo. Era un muñeco de Homero Simpson.
“Ya sabía qué era”, dijo él con desgano, “¿y ahora quién lo va a cargar?”.
Ella comentó que lo había estado esperando un buen rato.
“Para qué vienes tan temprano”, dijo él.
Cuando se fueron, ella cargaba a Homero Simpson. Él le aclaraba que iba a pagar el taxi sólo hasta cierto punto y que luego iban a caminar porque si el taxi tenía que subir ‘hasta allí arriba’ iba a salir muy caro.
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México,
“Benito Juárez”, noviembre 2007
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