2009-10-08



Fuimos a pasar unos días a la cabaña de veraneo de un amigo en Crystal Lake, al norte de Michigan. Él debía volver a trabajar, entonces nos dejó solos en la cabaña durante la semana, con instrucciones específicas sobre la basura, como por ejemplo: había que sacarla hasta la carretera, en unas bolsas amarillas que tienen un logo en especial. Yo le presté atención pero parece que no fue suficiente. La primera vez, no se llevaron la basura porque no la dejé en el ‘spot’ correcto (la dejé como a 5 metros de distancia). La segunda vez saqué la basura un día antes del día que debía sacarla, entonces una vecina nos habló para decirnos que habíamos hecho mal en sacarla antes, porque esa basura traía toda clase de alimañas a la zona.
Para evitar que algo así sucediera nuevamente, otra de nuestras vecinas decidió tomar riendas en el asunto y, el día de recolección de la basura (viernes) nos llamó como a las 8:15 AM y dejó un mensaje en la contestadora: “Hi, guys! It’s judy! I am just calling you to let you know that today is Garbage day”.
Cuando escuchamos el mensaje, nos miramos entre nosotros sin poder creer lo que estábamos viviendo. Nos hablaba de Garbage day como si fuera un feriado nacional.
2 horas más tarde estábamos en el supermercado, en el pueblo más cercano a la cabaña, y de repente vimos a una señora gorda con su carrito lleno de refrescos, papas fritas, y snacks de todo tipo. Mi amigo se dirigió a mí y me comentó: “supongo que la señora se está preparando para la Garbage Day Party”.
Frankfort, Michigan, September 2009


Para los niños, dice el psicólogo Piaget, la verdadera realidad está constituida por lo que nosotros llamamos fantasía: entre dos explicaciones de un fenómeno, una racional y otra maravillosa, escogen fatalmente la segunda porque les parece más convincente.


Por la violencia de la razón, las palabras se desprenden del ritmo.

De “El arco y la lira”, capítulo “Verso y Prosa”, Octavio Paz, 1956

2009-10-05



Ya relaté en una oportunidad mi experiencia con las “actitudes sospechosas” (http://lonegaretodo.blogspot.com/2009/06/yo-vivia-en-el-piso-26.html) .
Respecto a este tema, una situación similar se me presentó hace poco. Iba caminando por la calle y avisté a una de estas personas, un joven, que, con una camiseta que decía HUMAN RIGHTS y unos volantes en la mano, me saludaba y me hacía una sonrisa mecánica esperando que me detuviera a escucharlo.
Para no ser un antipático, decidí devolver la sonrisa; eso no significaba que necesariamente debiera pararme a escuchar su discurso. Al fin y al cabo, ¿qué daño podía hacerme devolverle la sonrisa a un muchacho que con su trabajo promovía los Derechos Humanos?
Le sonreí y él, viendo respuesta de mi parte, exclamó: “do you have 3 minutes for Gay Rights?”
Michigan Ave, Chicago, IL, septiembre 2009


Yo estaba leyendo “El arco y la lira”, de Octavio Paz (1956). Era para mí un gran descubrimiento, encontrar en esas líneas, la esencia del pensamiento de muchos amigos y colegas, así como la raíz de muchas acciones y pensamientos que yo había tenido, por simple instinto, pero sin jamás haber leído ninguna de sus líneas. Traté de compartir esta satisfacción, este hallazgo, con un amigo que acababa de conocer. Comencé a exponerle la situación en términos de los lineamientos que el autor hace sobre la creación poética y cómo eso se relacionaba con el trabajo que, de manera inconciente, yo había venido realizando. “Este libro es para mí como…” y no encontraba la palabra exacta para definirlo. Él trató de ayudarme, supongo, y dijo: “muy profundo”.

Lo miré a los ojos y me dije para mis adentros: “por Dios, ¿con quién estoy hablando?”

Crystal Lake, Michigan, septiembre 2009


El hijo de mi amiga tiene 2 años y medio y todavía no habla. Todos estamos un poco angustiados al respecto. Sin embargo, otra persona nos contó de un caso similar, y parece que tiene mucho que ver con la necesidad que los niños tienen de expresar palabras para conseguir lo que quieren. El ejemplo que esta persona nos dio fue el de su sobrino, que tampoco había dicho una sola palabra hasta los 3 años. Un día su padre lo vio jugando con un tomacorriente en la pared, y le gritó para alejarlo del peligro. El niño se dio media vuelta y, con soberbia y perfecta dicción, articuló sus primeras palabras: “no me electrocuto”.


Mi pensamiento sobre la pieza musical “Balada para Adeline” (Paul de Senneville, 1976, popularizada por Richard Clayderman), desde la primera vez que la oí, fue: “¿cómo alguien podría pensar cosas malas con esta música de fondo?” Incluso, el famoso dicho: “la música amansa las fieras”, tuvo para mí entonces una banda de sonido.


Fuimos a ver el examen de piano del hijo de una amiga. Él, junto con otros 14 niños de distintas edades, se sentaban a ejecutar breves piezas que el maestro calificaba; durante la semana comunicaría los resultados. La primera en tocar fue una niña dubitativa, que se equivocó de manera repetida, y con miedo se dirigió al profesor, con la voz quebrada: “maestro, no puedo”. ¡Casi me pongo a llorar! Me di cuenta de que no estoy listo para tener niños, ni para ir a eventos escolares ni nada por el estilo. Si fuera padre, sería un caso patético: avergonzaría a mis hijos.
Escuela Yamaha, Mexico DF, agosto 2009


Un verano en Mar del Plata, a mediados de los años ’80, cada noche se paraba en la calle, a las 9:30 PM, una banda de tambores y trompetas a entonar distintas melodías por espacio de media hora: ‘Los santos vienen marchando’, ‘Te llevo bajo mi piel’, entre otras. Todos los vecinos y veraneantes salían a sus balcones a escuchar, aplaudir, bailar, o simplemente sonreír. La primera vez fue una gran sorpresa. Luego se transformó en algo diario y todos decían “ahí está la banda”, y corrían al balcón. Lo extraño fue, creo yo, que nadie se preguntó nunca para quién tocaba esa banda, por qué venía siempre al mismo lugar, quién les había pagado. Su ubicación era bastante insólita: en la vereda, casi a mitad de cuadra, frente a un edificio común. En la misma cuadra estaba el hotel de Luz y Fuerza, pero ellos no se acomodaban en la vereda del hotel, ni siquiera enfrente: estaban bajo un edificio de departamentos, apuntando hacia la verdulería.

Nunca volvimos a hablar del tema con mis padres ni con mis abuelos, con quienes solía veranear entonces. La banda vino solamente ese año y nadie supo por qué.


Caminando un día de frío por la calle, muy abrigado, vi a una persona pasar en mangas cortas. Me pregunté: ¿cómo puede ser que yo sienta frío y él no? Entonces me di cuenta de lo siguiente: el frío lo sentimos todos. La diferencia es que yo siento el frío y ‘me da frío’, me estremezco. Él, como otra gente, siente que hay una masa de aire frío a su alrededor, la siente en su piel, pero eso no le produce ningún tipo de sufrimiento.

2009-10-04



Una chica que conozco, envía un correo en cadena con el siguiente texto: “El documento de Power Point que les envío lo elaboré yo misma, con una noticia que encontré en El Universal. Me gustaría conocer su opinión al respecto”. Abro el documento mencionado y me encuentro con una nota que habla de lo siguiente: “Antes de convertirse en un militar y político, Adolfo Hitler quiso ser artista.” Luego de mostrar varios de sus cuadros (paisajes que normalmente incluyen componentes de arquitectura), la conclusión de su presentación Power Point es la siguiente: “No es tan descabellado pensar que si este hombre hubiera recibido el reconocimiento que desea todo artista, no hubiera sucedido el Holocausto.”
Que alguien me diga qué le contesto a esta chica…

Adriana Salas, México DF, septiembre 2009