2015-04-18


En el año 1984 fui por primera vez a las Cataratas del Iguazú.  Mi impresión fue que estaban en medio de la selva.  Aunque el Hotel Sheraton (en aquel tiempo “Hotel Intercontinental”) ya existía y seguramente era tan visible en el paisaje como en esta imagen, pero entonces no lo advertí.


Me pareció ahora que había muchísimos más turistas. Todo el mundo amontonándose, tomando fotos con sus celulares.  Aunque en el ’84 fui en temporada alta y también habían cámaras de fotos, con las cuales la gente se tardaba muchísimo más en hacer una toma, pues como el costo del rollo y el revelado no eran despreciables, había que ser muy cuidadoso antes del disparo.  Hace 31 años, ni los turistas ni las fotografías me molestaron.


Me pareció que las pasarelas afeaban la vista de las cataratas: el agua se veía como cortina de ‘voile’ suspendida de un barral de algarrobo.  Aunque en el ’84 también existían algunas pasarelas… seguramente no tan interesantes como para sentir el vértigo que podría haber sentido, esta vez, al aproximarme a ciertos saltos. 


Los fotógrafos ‘oficiales’ se habían ‘apartado’ el área más panorámica del mirador para cobrarle a los turistas por hacerle fotos supuestamente desde el mejor ángulo posible.  En el ’84, todo el área del mirador era quizá tan grande como este rinconcito, no mucho más, pero ahora que hay mucho más espacio, yo quiero entrar a ese triangulito con derecho a sacarme una foto con mi propia cámara por la que no voy a pagar: las cuerdas me detenían. 



En el punto más remoto de la pasarela de 1,250 metros, que va desde el  descenso del tren hasta la Garganta del Diablo, los empleados del turismo piraña se amontonan y llenan todo de bolsas, de paraguas, de precios, de gritos, de vicio, de mierda urbana ajena a este sitio del mundo.

Los odio a todos.

Y más me odio yo, por estar comparando este mundo en el que tengo la suerte de estar con uno que, por suerte o por desgracia, ya no existe.

Cataratas del Iguazú, marzo 2015



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