2016-01-18


De niños, el día sábado, salíamos con mi abuelo a pasear a los perros.  En el camino de regreso a su casa, cogíamos flores de diferentes jardines (de los vecinos, por supuesto) y armábamos grandes ramos que le entregábamos a mi mamá, a mi abuela y a mi tía.  Ellas muy sonrientes, los agradecían.

Muchos años más tarde, he montado en cólera incontables veces cuando alguien (que no sé qué edad tenga) arranca de mi jardín flores que yo planto y cuido.  Maldigo. Y estoy a punto de desearles un mal, pero me acuerdo del orgullo que nos daba juntar esas flores y la alegría irresponsable de las damas que las recibían, y se me pasa.

Buenos Aires, años ’70 - Saladas, Corrientes, enero 2015

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