2016-01-04


Viajar varios días en el mismo barco con una multitud de desconocidos conlleva a percibir el sonido (y a veces el olor) de flatulencias ajenas en reiteradas oportunidades.

Desde una señora que se sienta frente a un ventilador y se tira pedos durante las actividades grupales de decoupage – me miran como si fuera el culpable, ¡quién podría imaginarse que una señora se está tirando pedos con ese olor!- hasta un señor que se tira pedos mientras está acostado en el camastro detrás de mí –me doy vuelta para que se entere de que lo estoy escuchando, pero el finge un sueño profundo y aprovecha para vaciar el intestino gaseoso-.

Finalmente acepté la dinámica del pedo una mañana en que un señor, a mis espaldas, se pedorreaba en el buffet.  Él y su esposa llegaron juntos a desayunar.  “Vamos a servirnos” – dijo ella -. “Andá vos,” – dijo él – “yo me quedo a apartar la mesa”.  No bien ella se fue, él se echó lo que seguramente era el primer pedo de la mañana (glorioso).

La dinámica es así: las señoras no quieren confesar que se tiran pedos (por eso se los tiran frente a los ventiladores) y no dejan que sus maridos se los tiren tampoco (por eso este señor que se despierta junto a su señora, en un camarote de 2 x 2 mts, tiene que aguantar en el dormitorio, en el pasillo, en el elevador, hasta que llega al buffet con la tripa hecha un nudo y aprovecha la distancia de ella para hacer lo que el cuerpo le pide desde el amanecer).

Altamar, diciembre 2015

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